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Del Ser que vive al Humano que sirve

  • Foto del escritor: Francisco Franco Vega
    Francisco Franco Vega
  • 13 oct
  • 7 Min. de lectura

Cómo la desconexión entre conciencia y acción está moldeando la identidad del mundo contemporáneo


Vivimos en una era donde el hacer vale más que el ser. El sujeto, la conciencia que vive y da sentido, ha cedido terreno al objeto, la forma que sirve y produce. Este artículo explora cómo esa inversión afecta nuestra forma de pensar, crear y relacionarnos, y por qué reconectar propósito y presencia es el desafío esencial de las marcas y de la humanidad contemporánea.


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En los orígenes del pensamiento humano, el sujeto y el objeto surgieron como dos manifestaciones complementarias de una misma realidad. Ambos nacen del mismo principio, pero se expresan en dimensiones distintas: el sujeto representa la conciencia que vive y experimenta; el objeto, la forma que sirve y manifiesta. Esta dualidad, tan antigua como el propio pensamiento, ha estructurado la forma en que el ser humano se relaciona con el mundo. En la base de toda creación, sea simbólica, material o conceptual, existe una tensión constante entre lo que percibe y lo que es percibido, entre quien observa y lo observado.


A lo largo de la historia, esa relación mantuvo un equilibrio natural. El sujeto otorgaba sentido y el objeto lo materializaba. Sin embargo, en la era moderna esa balanza comenzó a inclinarse de manera preocupante. El ser humano, obsesionado con la productividad, la eficacia y la validación externa, desplazó la importancia del ser hacia la del hacer. En consecuencia, la conciencia se volvió funcional, y la existencia se midió por resultados tangibles. Ya no basta con ser: hay que demostrar, producir, destacar. En este tránsito del ser al humano, la vida interior perdió terreno frente a la acción exterior.


El fenómeno se hace evidente en la cultura contemporánea y en su representación simbólica más popular: el cine. Los personajes interpretados por actores como Liam Neeson o Tom Cruise son un espejo del inconsciente colectivo. En ellos, la mayoría de los espectadores percibe a un “héroe bueno” no por su pureza moral, sino por la eficacia de sus acciones. Si el héroe rescata, protege o vence al enemigo, su bondad queda asumida, incluso cuando los medios son violentos o éticamente dudosos. La sociedad moderna, más que admirar la virtud, admira la capacidad de actuar y de obtener resultados. Esta preferencia revela una mutación profunda: el héroe, antes símbolo del alma que enfrenta su sombra, se ha convertido en un signo de eficacia, en una figura operativa que legitima la acción por encima del sentido.


Desde una perspectiva antroposimbólica, esta tendencia es reveladora. Los “héroes funcionales” de la cultura de masas encarnan el desplazamiento del signo como portador de significado hacia el signo como herramienta de utilidad. El objeto, sea una marca, una historia o una idea, ha dejado de ser una manifestación de conciencia para convertirse en un instrumento de validación. Esto mismo ocurre con las personas y las organizaciones: se confunde propósito con rendimiento, valor con precio, sentido con notoriedad. En otras palabras, el objeto ha ocupado el lugar del sujeto, y el sujeto se ha reducido a un operador dentro del sistema de producción simbólica.

Las consecuencias de este cambio son evidentes. En un mundo hiperconectado, las personas se sienten cada vez más desconectadas de sí mismas. La tecnología, el consumo y la inmediatez han fortalecido la relación con los objetos, pero han debilitado el vínculo con la conciencia y la naturaleza. El individuo moderno produce más datos, más imágenes y más mensajes que nunca, pero rara vez se detiene a pensar qué significan. El ruido externo ha reemplazado el diálogo interior. Lo intangible (la intuición, la contemplación, la espiritualidad, el silencio) ha sido relegado a un plano secundario, mientras lo tangible se convierte en medida de éxito y de identidad.


Sin embargo, este proceso no está exento de oportunidad. El vacío que produce la desconexión del Ser puede ser también un punto de retorno. Cada objeto que el humano ha creado, una herramienta, una marca, una obra o una tecnología, contiene, en su origen, una intención simbólica: servir como extensión del Ser. Cuando el sujeto recuerda esta función, el objeto recupera su dignidad como signo, y deja de ser un simple instrumento para convertirse en vehículo de conciencia. El desafío, entonces, no es eliminar la materia o la acción, sino reconciliarlas con la esencia.


En el contexto del pensamiento de Brand Router Studio, esta reflexión adquiere una dimensión práctica. Las marcas, los proyectos y los emprendimientos deben reorientar su propósito hacia la significación, no solo hacia la utilidad. Una marca consciente no se limita a vender productos o servicios; comunica sentido, refleja valores y conecta con dimensiones más profundas del ser humano. Recuperar la unidad entre sujeto y objeto implica diseñar desde la esencia, no desde la reacción. Implica comprender que toda creación externa debe corresponder a una intención interna, que toda acción visible debe estar respaldada por una convicción invisible.


En conclusión, el ser humano actual se encuentra en un punto crítico de su evolución simbólica. Ha construido un mundo extraordinario de objetos, pero ha olvidado su raíz como sujeto. Cuanto más intenta “ser humano”, más se aleja del Ser que lo originó. Por eso, el futuro del pensamiento y de las marcas conscientes no dependerá del ritmo con que hagamos las cosas, sino del grado de conciencia con que las hagamos. El verdadero progreso no consiste en hacer más, sino en significar mejor. Solo cuando el sujeto vuelva a habitar sus propios signos, cuando el hacer recupere su vínculo con el ser, podremos decir que el humano ha vuelto a ser realmente humano.


El origen de la dualidad


Desde el inicio de la conciencia, sujeto y objeto han coexistido como dos expresiones complementarias de una misma realidad. El sujeto representa la conciencia que vive, percibe y otorga sentido; el objeto, la materia que sirve, sostiene y manifiesta. En conjunto, estructuran la manera en que el ser humano se relaciona con su entorno. Toda creación, ya sea material, simbólica o conceptual, nace de esta tensión entre quien observa y aquello que es observado. El conocimiento, la cultura y las marcas mismas son producto de esa interacción constante entre interioridad y exterioridad.


La inversión contemporánea


Durante siglos, el sujeto mantuvo el papel de otorgar significado y el objeto, el de expresarlo. Sin embargo, en el mundo contemporáneo esa relación se ha invertido. Vivimos en una civilización que valora el rendimiento más que la reflexión, la utilidad más que el sentido. El ser humano moderno ya no mide su existencia por la profundidad de su conciencia, sino por la cantidad de resultados visibles que puede mostrar. La acción se ha convertido en sinónimo de valor. En ese proceso, el ser (presencia, silencio, intuición) ha sido desplazado por el humano, figura social, productiva, medible.


El héroe funcional y la moral de la acción


Este fenómeno puede observarse en la cultura popular, especialmente en el cine. Los personajes interpretados por actores como Liam Neeson o Tom Cruise representan arquetipos contemporáneos del héroe funcional: figuras que no necesariamente son “buenas” por naturaleza, pero que son percibidas como tales porque actúan. En la percepción popular, la eficacia sustituye a la ética. Si el héroe logra un resultado visible, salvar, vengar, restaurar, su moral queda automáticamente validada. Este patrón refleja una tendencia cultural más amplia: admiramos la acción, no la intención; el resultado, no el significado. En términos simbólicos, el héroe moderno ya no encarna al alma que se transforma, sino a la máquina que resuelve.


El signo que perdió su raíz


Desde la perspectiva de Antroposignos, esta transformación revela la degradación del signo como vehículo del Ser. Antes, los signos (palabras, imágenes, objetos, marcas) funcionaban como puentes entre lo visible y lo invisible; expresaban sentido, no solo utilidad. Hoy, en cambio, los signos se han convertido en objetos operativos, vaciados de su dimensión simbólica. Una marca ya no comunica un espíritu, sino una función. Un producto no representa una historia, sino una promesa de rendimiento. El signo que servía para significar, ahora solo sirve para vender. Esta pérdida de conexión con el origen explica la crisis de identidad que atraviesa tanto a las personas como a las organizaciones.


Consecuencias del desequilibrio


Cuando el objeto suplanta al sujeto, la cultura se vacía de significado. Las personas viven hiperconectadas digitalmente, pero desconectadas de sí mismas. La tecnología acelera la producción de información, pero no la profundidad de la comprensión. Lo tangible se impone sobre lo intangible: lo que se mide, se valora; lo que no se cuantifica, se olvida. En ese contexto, la humanidad parece haber perdido su vínculo con la naturaleza, con la intuición y con la conciencia universal. El ruido externo reemplaza la voz interior. El resultado es un mundo lleno de objetos útiles y de sujetos cansados.


Redefinir el propósito: el reto de las marcas conscientes


En el marco conceptual de Brand Router Studio, esta desconexión representa el desafío más urgente para las organizaciones del siglo XXI. Una marca no debería existir solo para servir, sino para significar. Cuando el diseño, la comunicación y la estrategia se orientan únicamente a la funcionalidad, el resultado es un objeto vacío. Pero cuando se alinean con una intención profunda un propósito auténtico, una visión de impacto o un valor humano, la marca vuelve a actuar como un signo vivo del Ser. El futuro del branding no depende de la cantidad de acciones, sino de la calidad de la conciencia que las inspira.Hacia una nueva síntesis

Reconciliar sujeto y objeto no implica abandonar la acción ni negar la materia, sino reordenarlas. La materia es necesaria, pero debe volver a servir a la conciencia. Las acciones deben nacer del propósito, no del impulso de sobrevivir en la visibilidad. El sujeto y el objeto forman parte de un mismo circuito de significado: el primero otorga sentido, el segundo lo manifiesta. Cuando se pierde esa conexión, el mundo se fragmenta. Cuando se recupera, el mundo vuelve a ser símbolo.

El verdadero progreso no consiste en hacer más, sino en significar mejor. La tarea del futuro. tanto para las personas como para las marcas, será recordar que la acción no reemplaza la conciencia, sino que la expresa. Solo cuando el hacer vuelva a nacer del ser, el objeto volverá a servir y el sujeto volverá a vivir con plenitud.

La desconexión entre el ser y el hacer no es un problema técnico ni moral, sino simbólico. Es la consecuencia de haber olvidado que el objeto solo tiene valor cuando refleja la conciencia del sujeto. Redefinir esa relación es el paso más importante hacia un nuevo paradigma: uno donde el sentido vuelva a ocupar el lugar que hoy ocupa la función. En esa dirección, el branding, la cultura y la vida misma pueden volver a ser una manifestación coherente del Ser que vive y del Humano que sirve.


 
 
 

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